Las vistas de las Sierras de Camarolos, Las Cabras y el Torcal de Antequera desde la casa y la paz que allí se respiraba nos hicieron pensar especialmente en las delicias del lugar. Un precio justo y el futuro “romántico” del cuidado de una hermosa finca con una producción de aceituna propia, un pozo de gran riqueza que suministraba agua de gran calidad para uso doméstico, un vergel de frutales y zonas de sotobosque en un marco de cuidada naturaleza nos hicieron tomar la decisión unas semanas después. Tenía también sus pegas: ausencia de agua potable, aislamiento, caminos intransitables, falta de cobertura en comunicaciones, lejanía con nuestra residencia, falta de infraestructuras, y un corto etc., pero siempre superables.
Así comenzó lo que durante unos años fue lugar de vacaciones y reuniones con familiares y amigos. Pero sobre todo de trabajo, un trabajo infinito para recuperar una casa donde pasábamos el tiempo libre que procurábamos acumular en número de días, porque se encontraba a más de 1.000 km de nuestro domicilio en las tierras vascongadas.
El resto de la historia es una serie de acontecimientos que confluyeron para que decidiéramos instalarnos definitivamente, haciendo de nuestra pasión por el lugar una forma de vida.
Este cortijo de finales del siglo XIX o principios del siglo XX, sin poder precisar con más detalle su datación ante la ausencia de documentación, a pesar de buscar en la memoria de la anterior propietaria, que como gran parte de la familia no tiene muchos recuerdos del lugar al haber emigrado en su infancia en busca de un futuro más prospero. Sin embargo si recuerda que el paraje de El Brosque fue en tiempos pasados un lugar agreste y menospreciado por la dureza del terreno, sus pendientes, la lejanía con el pueblo y la ausencia de agua. Fue asentamiento de otros cortijos de la época de mayor tamaño, como “El Pañero”, “El Presidiario” y “Los Gómez”, algunos de los cuales se conservan y continúan habitados.
La finca, con lustros de vida, fue arrendada a otra familia de apellido Vegas, que trabajo también otras tierras en El Brosque, para acabar igualmente emigrando, en este caso a Francia, quedando la finca abandonada..
La actividad se retoma hace unos veinticinco años por Dª. Trinidad Ruiz Salazar acompañada de D. José Mª García Parra, que vuelve de las islas baleares con la ilusión de volver al lugar de la infancia, que trabaja las tierras, planta nuevos olivos, pertrecha la casa, abre los caminos y localiza uno de los primeros pozos de este paraje. Paulatinamente la finca ha ido cambiando de fisonomía y de tamaño, en función de las necesidades y los trueques que se realizaban.
El cortijo fue conocido en el pasado como el de "La Moscatela". Adquirido por la familia “Ruiz Salazar”, (no tenemos datos del propietario anterior), hace tres generaciones. Esta familia vivió y trabajó estas tierras dedicándose principalmente al olivar y la vid. Igualmente se utilizaban sus espacios abiertos para la plantación del cereal, razón por la que en el cortijo se redescubrió una preciosa era empedrada bajo toneladas de material abandonado, donde presumiblemente se trilló y aventó. Igualmente animales no debieron faltar, mulos, cerdos, cabras, gallinas y palomas tenían su espacio en el cortijo cuando llegamos.
Este cortijo era popular entre otros motivos, según Lorenzo Molina, que vivió en un cortijo cercano, por la alegría de sus gentes, la familia numerosa que se crió entre estas paredes, las numerosas rosas y otras flores que se plantaron alrededor de la casa por la antigua propietaria, el gusto de las brevas e higos de las numerosas higueras que salpican la finca, así como la destreza en el uso de las castañuelas que sonaban en las fiestas y cantes que se daban por la anfitriona.
En la misma finca se ubica una casa en estado de abandono, conocida por los anteriores propietarios como “la casa de la abuela”, donde se llegaban “los del lugar” para recibir los tratamientos de aquella mujer, que conocía de las propiedades de las plantas.
Igualmente puede observarse en la finca un horno para preparar el yeso, material con el que se construían las casas, que junto a las piedras (que no faltan) y adobe, constituían un elemento básico para las estructuras de paredes y muros.
Ahora El Cortijo “La Cañada del Sacristán”, recibe su actual nombre de la cañada que recoge el agua de las lluvias caídas y delimita una de sus lindes, culebreando entre sinuosas y suaves pendientes erizadas de rocas, tomillos y romeros, bordeada por líneas anárquicas de olivos centenarios, para acabar muriendo en el cauce del próximo río Guadalhorce.
Quizás de lo más curioso para nosotros fue encontrarnos con una vivienda que era una disposición de espacios que fueron ampliándose y uniéndose a otros durante toda su historia en función de las necesidades. Por lo tanto se adaptaban al relieve del terreno, y el recorrido interior de la casa era un laberinto de subidas y bajadas, escaleras y rampas, puertas y ventanas de diferentes tipos y tamaños, en cualquier disposición y altura.
Disponía de tres dormitorios, dos de ellos en planta alta, donde antiguamente se curaban las chacinas (las paredes empapadas de sal levantaban la cal continuamente) y se almacenaban otros productos, una pequeña cocina en planta baja que comunicaba el dormitorio con el comedor, con el garaje y con la planta primera. También disponía de un hermoso lavadero, dos grandes garajes donde se guardaban los vehículos de campo, y donde en el pasado se construyó un horno de leña para hacer el pan (que no conocimos). El espacio más generoso era para los establos que comunicaban con el cuarto de baño y la ventana del dormitorio inferior, donde en su alfeizar algunas mañanas el gallo se establecía y anunciaba el nuevo día, acabando con el sueño del que allí se alojaba (eso si lo llegamos a conocer). En el exterior, y frente a la puerta del comedor y principal, una estructura de hierro sustentaba las parras de moscatel que daban sombra y deliciosos frutos al final del verano.
La historia actual del cortijo sigue cociéndose entre estas paredes, donde se pueden ver las piedras dispuestas antiguamente salpicando sus muros, y con rescoldos de historias apagándose por la avanzada edad de quienes habitaron este hermoso paraje. Es ahora a nosotros a quien nos ha tocado hacer historia de un espacio que hemos heredado tan magnífico, recibiendo al viajero que llega de todos los puntos cardinales, para hacerles sentir como en su propia casa, pero recordándoles brevemente al recibirles la historia de éste lugar, y la adaptación que disfrutan de su antigua distribución tras las obras que realizamos durante los años 2006 y 2007, ayudados con fondos de la comunidad europea, tras conocer nuestro proyecto de restauración para su acondicionamiento como casa rural.
Pero no es sólo labor nuestra conservar este entorno, es responsabilidad de todos los que aquí tienen propiedades, y muy especialmente, de nuestro consistorio, para que no siga permitiendo la construcción ilegal y abusiva que corrompe nuestro entorno, destruye nuestro futuro y apaga las ilusiones para seguir trabajando.